(Nota: hacia el margen derecho del texto, se incluyen fragmentos del poema “Encargo” del poeta Ezra Pound)
Id, canciones mías, al solitario y al insatisfecho,
id también al desquiciado, al esclavo de las convenciones,
llevadles mi desprecio hacia sus opresores.
El sábado 29 de noviembre Carlos Skliar visitó nuestra facultad con una conversación que incluía palabras, el piano de Erik Satie e imágenes de chicos en muy distintos lugares. Skliar comienza la charla dejando que la música y las fotos proyectadas detrás de él, hablaran por su cuenta. Luego el primer fragmento y luego el piano y siempre las imágenes. El sistema de lectura proponía un montaje de oído, de ojo y de palabra.
Como al pasar, comenta: La infancia; una duplicación que realizan los adultos sobre los niños. Y agrega: El problema está cuando tratamos de encajar a los niños en la infancia o sustraer a los niños de la infancia. ¿Qué es el espacio de la niñez para Skliar? Como si nos hablara de un espacio indecidible, algo que está entre dos cosas que no existen: el estar dentro de la infancia y el quedar por fuera de ella. ¿Un niño es entonces siempre un extranjero? ¿Un extraño? ¿Extraño para quién?
Id a los que tienen una lujuria exquisita,
id a aquellos cuyos finos deseos son frustrados,
id como una plaga contra el aburrimiento del mundo;
id con vuestro filo contra esto
Los ojos de los adultos, a veces, demasiado cercanos a los ojos de los maestros, miran con esa ternura que subestima la intensidad del niño. Esa intensidad que los lleva a ser otro del que esperamos. De ahí las frases que solemos escuchar: “no parece un chico de su edad”, “es demasiado adulto para los años que tiene”, “es demasiado infantil en comparación a sus compañeros”, “no sé a quién salió”, “es un personaje”.
Si crear es estar en búsqueda de lo que no está – porque uno mismo ni siquiera se tiene – hay niños que se dedican con demencia a inventar aquello que no es propio, que no está entre sus cosas, pero que solo a partir de ellas podría existir. De ahí el juego infinito, el “un ratito más” que piden los chicos con tal de no ir nunca a dormir. Es curioso, ¿no compartimos el recuerdo – nosotros adultos- de habernos quedado dormidos sobre nuestro juego cuando éramos chicos? ¿Nos ha vuelto a ocurrir?
Hablad contra la opresión inconsciente,
hablad contra la tiranía de los que no tienen imaginación,
hablad contra las ataduras,
id a la burguesa que se está muriendo de tedio,
id a aquellas cuyo fracaso está oculto
En La Ilíada, Homero escribe: La insensatez caminaba con delicados pies sobre las cabezas de los hombres. ¿Por qué creemos que el insensato es torpe, hace trazos gruesos y traspasa los contornos del dibujo? ¿Por qué asignamos “brutalidades” a los niños que por algún motivo- posiblemente en extremo delicado- manifiestan una intensidad que disloca los contornos del aula, la amistad y la familia? ¿Cómo cuidar su delicadeza, aunque esta nos parezca a primera vista, insensata? Dostoievsky explica refriéndose a Don Quijote: su problema no era que estaba loco, sino que estaba solo.
Id de manera amistosa,
id con palabras sinceras.
Ansiad el hallazgo de males nuevos y de un nuevo bien,
oponeos a todas las formas de opresión.
Id a quienes la mediana edad ha engordado,
a los que han perdido el interés.
Estos interrogantes surgen como efecto de las palabras de Carlos Skliar. La posición que escuchamos en él- y siempre se trata de posiciones – nos recuerda al mandamiento que la educación parece haber olvidado: “No humillarás”. Skliar decide este imperativo para dar cuenta de un deber que la escuela – y es cierto que al decir escuela no sabemos qué decimos- por momentos desestima.
¿Qué es humillar? Considero esta pregunta el interrogante donde la educación se incomoda a sí misma y le permite volver a cuestionarse. ¿Qué es humillar? Si aceptamos que los niños sostienen en el juego, en la atención, en la mirada, una extrañeza de la que solo el que se permite dudar es capaz, si todo niño es un extraño, entonces la educación debiera volver sobre la incesante pregunta: ¿quién es el otro? Allí donde sostenemos a un desconocido en el digno lugar de lo irreconocible y lo abrazable, entonces el interrogante “¿qué es humillar?”, vuelve una y otra vez en uno y cada niño que tenemos frente.
Salid y desafiad la opinión,
Id contra este cautiverio vegetal de la sangre.
Id contra todas las clases de manos muertas.